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Pemex no se vende, México no se compra

Monterrey es una urbe fea de día e interesante de noche.  En los alrededores de la Calle Madero, un lunes cualquiera de invierno, se siente y se respira la decadencia hecha ciudad. Perros callejeros con más sabiduría que Séneca, antros de mala muerte y edificios derruidos por un tiempo de olvido y postración.  En el medio de toda esa neblina de desolación un grupo de locos por el cine han organizado un ciclo dedicado a Luis Buñuel.  En un local, unas filas de asientos, un proyector, buen sonido, oscuridad, unos vasitos de vino unas pocas palomitas y el genio de Calanda, es todo. Al salir de la sesión camino de regreso al coche. Frió, un puesto de Hamburguesas regentado por dos señoras regordetas, la quietud pos apocalíptica se incrementa con la niebla. Monterrey ya vino del futuro de la ciencia ficción para contarnos como es vivir en un lugar contaminado, feo, con altos índices de criminalidad y perfectamente amurallado entre clases sociales.

De regreso a casa observo que las estaciones de Pemex ya están cerradas. Hace no mucho un trabajador me contó que desde que se disparó la violencia y sufrieron varios atracos nocturnos ya no abren toda la noche. A mi me gusta vivir en un país que todavía cuenta un sector estratégico como el petróleo en manos públicas. Creo que es un gravísimo error privatizarlo. Tengo la sensación que los que controlan el gobierno de Enrique Peña Nieto, asediados por su incompetencia en materia económica, quieren entregar un nuevo carnero a los mercados. La vaca sagrada por fin será degollada, entregada al capital para que sea devorada hasta las entrañas.

Posiblemente se hayan vivido tiempos mejores y peores en la historia con respecto a la libertad de expresión, pero debería revisarse bien qué va a decir cada quién por si acaso de las hemerotecas. Y en vista de que la privatización de Petróleos Mexicanos es inevitable, y la Revolución Mexicana sufrirá la última de las derrotas, vale la pena decir que NO. Que no estamos de acuerdo.

Durante muchos años viví el País Vasco. A lo largo de más de una década he tenido arduas discusiones sobre la soberanía, la independencia, y todo lo demás, y finalmente llegué a la conclusión de que los vascos son un pueblo, en toda la acepción de la palabra, y con todas las consecuencias.  Y con Pemex tengo la misma sensación, de que le da muchas vueltas a los argumentos para esquivar la verdadera pregunta. ¿El petróleo de quién es?

Pemex debería mejorar y para ello deberá venderse porque lo público no es eficiente. Esa gran mentira. El transporte urbano en autobús en Monterrey está completamente privatizado y es un caos absoluto y sus tarifas un atraco a mano armada. Autobuses que se quedan completamente varados por su infraestado, autobuses sucios como puercos enlodados, autobuses sin clima, sin calefacción, con la amortiguación vencida, peligrosas cabriolas con tal de tomar un viajero más. Sin información en las paradas sobre líneas, sobre tarifas, sobre periodicidad. Y todo un granado anaquel de malos tratos que las compañías que dan el servicio recetan los 365 días del año a sus usuarios.  100 % privado, 100 % desastroso. Mejor si el petróleo se queda en manos de los mexicanos, y luego nos ponemos de acuerdo en como mejorarlo.

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