Bitácora

Lo que se ahogó en los puentes de Gandesa

Paseaba por el parque de la colonia cuando vi marcharse a la cuadrilla de Agua y drenaje de Monterrey. Perplejo llegué al borde del boquete que abandonaban con singular despreocupación. Los operarios no titubearon en abandonar un pozo de un metro de profundidad, sin protección, junto al lugar donde juegan niños y con una peligrosa tubería de metal al fondo.

Días después pagando los gastos de la colonia, le pregunté a la señora que cobraba por qué no funcionaba el alumbrado y de paso, cómo podía permitirse auténticas barrabasadas como la del parque. Amablemente me explicó que era posible que no tuviéramos luz porque el Consistorio necesitaba ahorrar ya que un antiguo alcalde de Santa Catarina había vendido un terreno que era de otra persona, y ahora había perdido el juicio, y el Ayuntamiento estaba endeudadísimo. Con respecto al precipicio mortal hallado en el parque me instruyó acerca de la poderosa división del trabajo que existe en este tipo de giros. En la que una cuadrilla cava, otra arregla y una tercera tapa, y que como se habían atravesado las navidades, quién sabe cuándo lo arreglarían. Eso sí, ya se habían colocado diversos botes grandes alrededor, pero sin cinta, de esa de los accidentes, porque no tenían, pero si los habían marcado con rotulador permanente para que Agua y drenaje no se los llevara.

Granate es el color del pasaporte español. Ese que antes llevaba un águila, ahora lleva una corona y quizás algún día no tan lejano porte la estrella que guie a un futuro mejor. Mucho se habla y poco se razona acerca de las condiciones de este nuevo éxodo ibérico. La realidad es que como toda emigración está plagada de vicios y miserias. En mi caso me ha hecho darme cuenta de la cantidad de cosas buenas que se han construido y de lo terriblemente equivocado que está el rumbo que inevitablemente está recorriendo la sociedad marcado por poderes que lejos están de llamarse democráticos. Granate es ahora el color de quienes se organizan lejos de sus pueblos para denunciar la injusticia.

Mucho se habrá de lamentar la pérdida de muchos paradigmas como los que están destruyendo acerca de los nuevos modelos de trabajo que se están implantando a sangre y fuego. Yo ya me he cansando de defender el modelo público en público, agotador explicar lo inexplicable. Es un tema de conciencia, de modelo de sociedad, de educación al fin y al cabo. A veces se ve mejor de lejos que de cerca. Así es como veo a una sociedad española, cateta, de futbol y pandereta, que a base de bofetadas en la cara comienza a despertar de un terrible desengaño económico.

Nunca es demasiado tarde para comprender que opositar no será nunca más una forma de vida. Nunca es demasiado tarde para defender que los derechos sociales, la sanidad y la educación deben ser públicas, gratuitas y de calidad, y que vale la pena no abandonar nunca estos ideales. Conceptos que bien podrían ser una base para un modelo exportable, aquel que provee de igualdad y oportunidades a todos sus miembros. Porque por muchos fallos que tengan estos servicios púbicos son de todos y para todos. Sin embargo, la verdadera defensa consistirá siempre en el compromiso real por la eficiencia, y tendrán que ajustarse mecanismos de control que mejoren y corrijan lagunas que hoy aprovechan los enemigos de lo púbico para destruir el bienestar social.

Lo de España con la modernidad es una suerte de tensión sexual nunca resuelta, más que por la violencia desatadas por sus detractores del analfabetismo ilustrado.  Quizás habrá que repensar bien los conceptos para no equivocarlos. Se está echando a mucha gente de sus casas, alejándolas de sus familias y sus amigos, obligándolos a abandonar sus países. Quisiera que el estúpido patriotismo saliera a relucir proporcionando instituciones y apoyo en el exterior al menos con quienes estamos lejos de las instituciones de la metrópoli. Pero no, solo hay apoyo para los mismos mafiosos que hundieron la economía del país, y que ahora van vendiendo la afamada Marca España en faraónicos estipendios.

El día que vi bajar la Copa del Mundo por la Calle Princesa a bordo del autobús de los futbolistas, con aquella marabunta enloquecida, de veras me puse triste. Como me dijo un amigo aquellos días, “ellos se merecían eso, nosotros no nos merecíamos esto”.  Cada vez que voy al Consulado español a limosnear servicios públicos y recibo incompetencia e ineficiencia me acuerdo de que por eso tengo convicciones, que por eso vale la pena enfadarse y protestar, que de eso se trata cuando hay que exigir lo que nos merecemos, y que vale la pena seguir construyendo los puentes de Gandesa. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero.

Comentarios

Un comentario en “Lo que se ahogó en los puentes de Gandesa

  1. gracias por el cuento Manuel y mucho ánimo, llegarán tiempos mejores si construimos más puentes 🙂

    Publicado por Alessandro | 13/01/2014, 4:58 am

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